martes, 30 de enero de 2007

Wirikuta (III)

El sol estaba alto, pegaba fuerte. No me queda mucha agua, pensé. Dejé la mochila abajo del árbol. Inspeccioné el lugar, había un círculo hecho con piedras en el suelo, cerca del árbol, de unos treinta metros de diámetro, seguramente parte de algún ritual.


Salgo a caminar después de hacer base. Sólo miro el suelo, camino con mucha conciencia en cada paso, en cada respiración. Mis pies obedecen a pesar del trato; ya siento la presencia del venado. Quiero encontrarlo pero no aparece. "No hay peyote" digo en voz alta. Por un momento me parece que es todo una estupidez y un peligro. Encuentro una roca para sentarme, y pienso en volver. Rápido, me levanto como con miedo de perder la poca esperanza que sobrevive. Retomo la búsqueda, retomo la persecusión. Suenan las cigarras en el desierto, a lo lejos se ven las sierras, el sol ya declinó un poco, quién busca a quién?

Me enjuago el sudor de la frente con el pañuelo celeste, y me pongo en cuclillas. Adelante mío tengo un peyote violeta. Lo toco emocionado, su textura es animal, su cuerpo carnoso y frío, a pesar del calor, la fuerza mineral. Me hecho a su lado, mi cabeza junto al peyote. Desde esta perspectiva el cielo se ha tornado un espacio terapéutico. Todavía queda un larga tarde pienso y sonrío, el corazón está latiendo fuerte hace un rato.

Giro sobre mi eje. Estoy mirando al peyote púrpura, a tres centímetros de mis ojos, hace un rato largo. No lo pienso tres veces: le arranco un pedazo de un mordisco. El sabor me agrede. Se desata una pelea. Tiro otra mordida, mastico, arcadas, trago. Me levanto y elevo mis brazos al cielo, grito. De vuelta acuclillado, con una herramienta improvisada de madera logro extirpar de la tierra el resto del venado. Queda la raiz, previa curación y desinfección de la herida.

Hikuri, Hikuri, Hikuri. El viento que baila en el desierto y el venado que aguarda detrás de los nopales. Hikuri, Hikuri, Hikuri, llegó el momento, se acabó la actuación, los que esten preparados que se arrojen a la inmensidad del abismo. Envuelvo el cuerpo en el pañuelo, y sigo caminando. Una vibración de adentro del estómago, y el venado que se esconde detrás de los nopales. Encuentro más peyotes. Tomo dos más tranquilo, la tierra me los dá. El mismo procedimiento, y los envuelvo en el pañuelo. Camino un poco más, ahora estoy arriba de la colina de Dios. Desde acá hacia afuera, desde acá hacia la inmensidad. Siento un dolor raro en las piernas, y comienzo a regresar al árbol donde dejé la mochila. Las cigarras preparan el canto del ascenso y siento el cuello quebrarse de placer.

Ya bajo el árbol, recuento el botín. Dos peyotes y medio. Termino de comer el primero, ese violeta que me encontró perdido en el desierto. Tomo un trago de agua. Empiezo con el segundo, de a poco, de a pedazos. Destino un gajo a mis articulaciones, fricciones articulares, con la carne del venado. Así lo hacen los huicholes, solo que lo dejan macerar en alcohol. Ahora siento mis tobillos y las rodillas aliviarse. Empiezo con el tercero. Antes del segundo bocado, se me cierran los ojos y me caigo. Al abrirlos me descubro apoyado contra el tronco del árbol. Mis piernas están temblando. A los lejós un pastor a caballo se pasea con su rebaño de cabras negras por el desierto, me sonríe desdentado. Cierro los ojos. Sólo veo serpientes monstruosas reptando por un espacio caleidoscopal. Tengo que vomitar, abro los ojos me reclino a un costado, devuelvo.

Abro los ojos. El pastor de cabras no está, quizás nunca estuvo. Mis piernas dejaron de temblar. Cierro mis ojos. Y siento a Hikuri lamiéndome la mano. Es la sensación más fuerte que he tenido en mi vida. Veo calaveras a través de mis párpados, son calaveras buenas, calaveras que ríen el absurdo. Un venado me agradece lamiéndome la palma de la mano. Casi no puedo moverme. Siento esa sensación, ahora corriéndo por todo mi antebrazo, siento a Hikuri en mi hombro y en mi cuello. Se aloja en mi cara. El venado se metió dentro de mi cuerpo y ahora lo tengo en mi mandíbula.

Me levanto. Tengo la fuerza que nunca tuve.

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