sábado, 27 de enero de 2007

Cuando Ker pasa.

Revisar la historia. Qué historia? Esta historia. Más allá de mi voluntad, más allá de mi mismo. Hoy, tanto placer, tanto dolor. Lo cierto es que no sé cuánto tiempo más va a durar esto. Alguién me hablo de temores pasajeros, de la libertad como praxis, hasta se habló de revolución. De no dominación. A pesar de todo.

Un sonido en la puerta. Nervios (me acuerdo de que alguien me quiere matar). Salgo. Es mi vecina María, de 80 años. "María se murió" me dijo. La miré a los ojos.

Por un momento crucé el espacio. Abrí los ojos. "Cómo?" inquirí, estupefacto. "La vecina de acá enfrente, se murió anoche" expresó en ese tono tan españolísimo pero aportuguesado en gallego. La otrá María, pensé para mis adentros. También gallega, como ese ser que me habla desde su camisón. El mismo tipo de camisón que usaba mi abuela cuando ya el cáncer la estaba descontando, ahí en Arenales -todavía me acuerdo el teléfono de memoria. María se fué. Marchó. Cada vez que la veía y me saludaba la energía se sublimaba en ese cuerpo marchito, más cercano al fin que al comienzo, tanta tristeza, en un momento se tuvo que ir. Después del diálogo obligado, después del intercambio mínimo siento, estoy sintiendo, la fuerza de la muerte a través mío.

Ayer: la imagentología de la certeza del núcleo de negatividad; el pronóstico que uno no quiere oir. En la demanda espontánea del hospital, la médica traumatóloga me dice que esa anomalía no se opera. "La voy a tener para siempre?" atiné a preguntar, "sí" dijo, seca, cortante. "El dolor también? pregunté. "Si, vas a tener que hacer estiramientos de por vida" fue la respuesta, con ese especie de nudo en la parte alta de la garganta; estuve leyendo algunos papers de medicina cubana. Ahí te la sacan con cirugía, rehab, y se solucióna. Será así?

Salgo del hospital. Hace tanto tiempo que no llueve tanto. La calle, la vereda: un río. Mis sandalias se mojan, algunos objetos navegan corriente abajo. La gente no sale del hospital, no se quieren mojar. Es natural. A mi no me importa y me mojo caminanado a buscar la bici de Joaks.

Suena el teléfono. "Escuchame, flaco..." me dice el psicópata. Intento no darle importancia, corto. Las gatas saltan desde la terraza al techo de vidrio armado de la cocina. Cada vez que aterrizan el ruido del aterrizaje -un sonido fuerte, corto- me pone alerta. Llama de vuelta. "Hola" digo. "No cortes" me dice. "Sé dónde vivís" sigue. Me da la dirección como la respuesta de un exámen oral: precisa, sin más... no llega a terminar, corto. Desconecto el teléfono. Mi frente esta sudada, no sé si es porque estoy nervioso o porque apagué el turbo hace un rato. Un mosquito me pica el tobillo derecho, es el segundo. No hago nada.

1 comentario:

Margui. dijo...

No lo puedo creer.