domingo, 14 de enero de 2007

Wirikuta (I)

Para los Huicholes, desde donde Dios empezó a crear el mundo, está territorialmente definido. El dato no se pierde en lo mítico, o en el libro de la religión. El dato está en este mundo: ese lugar sobrenatural es Wirikuta, tierrra santa huichol.

Cuando llegué a Estación de Catorce, y los sicarios me ofrecían sus vehículos a dinosaurio, supe que en esta nueva peregrinación iba a estar sólo. De comienzo a fin. Porque los que me podían mostrar la via regia, estaban camuflados, escondidos. Los sicarios, detrás de sus raybans me miraban y sonreían. Todo gringo que llega a Wirikuta, para cazar peyote, acude a los sicarios que lastiman los peyotes con metal o los roban para venderlos y así subsistir en un mundo de tristeza y desolación, Umheimlichwelt.

El desierto casi rodea Estación de Catorce. Pero, el peyote solo se deja ver por algunas partes de Wirikuta. Ya estaba alta la luna y decidí ir a la plaza del pueblo. Tres chicos de no más de catorce años, sentados en un banco charlaban. Cuando me acerqué se callaron. En ese momento supe que ellos eran la llave de la puerta que buscaba. Nos reímos juntos, hasta que sin preguntarles salió el tema. Ya hacía tiempo que habían comido peyote. Ellos me contaron de Hikuri, me dijeron donde dormir, a qué hora salir, en qué dirección caminar. Donde descansar. Donde doblar. Cual era el lugar. Como cortar, cuanto ingerir. Para ellos era un juego. Agradecí tanto el contacto a través de esos chicos, había en ellos algo irresistible. Los tres tenían una expresión similar, como muy respetuosa hacia mí; les parecía raro que un güero se meta sólo al desierto a buscar a Hikuri.

Esa noche dormí en el rancho de una Ñora, sobre un colchón de lana apelmazada, tapado con unas mantas viejas. El frío me avisó que ya estaba en el desierto. La luna se trasladaba por el espacio de la entrada del cuarto que no tenía puerta, y sólo recién cuando desapareció pude dormirme.

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