sábado, 3 de noviembre de 2007

El viento en la ciudad.

Acaricia caras, desordena las hojas de los árboles olvidadas. Casi muero entre colectivos. Mejor olvidar. Estoy unido a vos y el tiempo no es más que un chiste dificil. Algunos cuerpos merecen tanto, que el olvido de eso que no se recuerda arde tanto como la llama de ese incendio inextinguible.

Siempre, otra vez. De vuelta.

En Puán hay un vampiro. Si ese de pelo medio rojo-verde, sus colmillos lo dicen todo. También hay un espíritu dionísiaco encapsulado en juegos con el tiempo difíciles de entender. Este gran amigo me dijo: "Vós tenés una primera bárbara". Una primera, como capacidad de transmisión de energía directa, más cercana a potencia, al acelere, que a la velocidad final, que a la velocidad crucero última.

Más cerca del origen que del fin, hoy con veinticinco años estaré en un punto tan envidiado por muchos; sobre todo la potencia de, claro que sí, en un punto tan criticado por otros por no ser lo que tampoco quise -sin saber- ser.

Entonces, siempre lo mismo. Fracaso, crisis, extasis. Y luego, de vuelta a empezar. Despertar, del aterrizaje forzoso. Era una pesadilla. Me levanto, veo el reloj digital, está roto y los números en partes desdibujados, parecen criptogramas soviéticos.

Me veo la cara en ese estúpido mismo espejo de siempre. los mismos ojos, la misma boca, la misma narzi. Las mismas orejas. Labios iguales. Pera igual, con un poco más de barba. Meo, me lavo los dientes. Tomo unas vitaminas, hacen bien.

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