domingo, 25 de febrero de 2007

La cola de la lagartija

Como protección de una realidad muchas veces avasallante surgió Útero último. Como un hachazo, como un quiebre, como un escape. Cómo una válvula de emergencia. Desnudo, desprotegido, desamparado frente a la rutina -aunque no haya rutina-, cansado -aunque no haya de qué-, perdido -en el mismo lugar. Y el dolor, ahí el dolor. Pero no solo el mío, créanme.
A una lagartija le cortaron la cola. Quizás la perdió. La artificialidad del sentido, esa sensación de exterioridad impropia que llega en ciertos momentos. Uno se puede secar el sudor de la frente, sentir el suelo con las plantas de los pies, en fin: dejar de sufrir. O al menos distraerse. O al menos aceptar el dolor y de su presencia presentir su ausencia próxima. ¿Qué es todo esto que surgió de una búsqueda tan difícil de entender, más dificil de compartir, mucho más dificil de explicar? ¿Qué es este último útero?

Pérdidas de tiempo, cambios de rumbo, prueba y error. Esa espontaneidad que me llega en el momento menos deseado para destruir todos mis planes, para cambiar la dirección de mi energía, o en todo caso para reducir la energía a un ténue hilo de respiración, a una apnea desgastante que reduce y reduce; fractales de dolor.

Una lagartija en una pared puede signicar muchas cosas, o "se dice de muchas maneras" (como diría Aristóteles). Me recuerda en mis años de no transgresión, en que leía -ingenuo, igual que ahora- cocidas de párpados a reptiles realizados por brujos lejanos, reales, salvadores. Eso que llamamos realidad, tan heterógeno y difícil de definir, eso que por momentos oprime el libre desenvolvimiento del espíritu, y que en aquellos años -de hecho- (y de Derecho) lo hacía; eso de dónde surge y a donde confluye todo. La lagartija tenía su cola cortada. Pero ya le estaba creciendo de vuelta. Así somos los reptiles: nos cortan la cola, nos vuelve a crecer. Nos cocen los párpados, podemos escuchar. Nos cocen la boca: PODEMOS ESCRIBIR.

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